viernes, 13 de julio de 2007

Debajo del milagro económico

La discusión, medianamente crítica, sobre la marcha en estos últimos años de la economía española ha desparecido prácticamente de la escena. El Gobierno y su partido exhiben orgullosamente sus logros, que, sin duda, los hay. El PP recuerda que los méritos le corresponden por sus políticas de años atrás, afirmando que lo más acertado del actual Gobierno ha sido el dejar las cosas como estaban e incumplir aspectos de su programa electoral en esta materia. Tampoco le falta parte de razón. IU da, de vez en cuando, algún pellizco de monja y los sindicatos no saben, no contestan.

En fecha reciente, algunos medios de comunicación escritos han agitado un poco las aguas con estadísticas e informes que muestran lo ya sabido por algunos. Es la creciente desigualdad de la sociedad española, en este caso medida por la decreciente participación de los salarios en el ingreso nacional y el descenso, del orden del cuatro por ciento, del salario real en los últimos diez años. Hay otros indicadores fragmentarios que confirman esa realidad. Los beneficios de las grandes empresas, las que cotizan en el Ibex, suben anualmente con promedios superiores al veinte por ciento, porcentaje superior en el caso de las entidades financieras. Las retribuciones, por diversos sistemas, de los gestores de esas empresas alcanzan niveles norteamericanos. Aparecen veinte españoles en la lista de grandes fortunas mundiales que publica anualmente la biblia del sector, la publicación norteamericana Forbes. Entre ellos, destacadamente, los nuevos magnates del ladrillo y de la promoción inmobiliaria, ejemplo de fortunas rápidas y asombrosas que amplían su dominio a otros sectores económicos. Otras estadísticas, menos divulgadas, confirman que cerca de la mitad de las familias española tiene dificultades para llegar a fin de mes y la compra de vivienda supone una parte creciente de ese ingreso familiar y millones de jóvenes no pueden tener acceso a la misma. Cerca de un veinte por ciento de la población del país sigue en la pobreza absoluta o relativa.

Lo que está claro para el que lo quiera ver es que el “milagro español” tiene importantes pasivos no sólo económicos y medioambientales sino también sociales. Es imprescindible atisbar debajo de la espuma del crecimiento. Pero esto no trasciende, o lo hace sólo en una mínima parte, a la opinión pública. Esto es así porque no sale en los principales medios de comunicación, especialmente en las televisiones. Y ya se sabe que lo que no sale en ellos, no existe. Quien plantee este tema es mirado como alguien exótico y pasado de moda que no sabe entender lo que es el moderno progreso.

Esto viene acompañado de un dato al que no se está prestando la atención que merece, que es el de la creciente abstención electoral en nuestro país, tanto de los jóvenes como de los segmentos de población con menor riqueza y renta. No es algo nuevo. En Estados Unidos, país que anticipa tendencias y donde el absentismo electoral crece y supera el cincuenta por ciento en la elección presidencial y a más del sesenta en las legislativas, el voto (allí sí hay numerosas estadísticas e informes que lo prueban) es ya asunto de las clases medias y altas blancas. El resto se considera fuera de un sistema al que nada pide y del que nada espera. En nuestro país, seguramente hay también segmentos crecientes de la población con ese convencimiento de que, en la escena política, no hay nadie que los represente. Hay también muchos sectores interesados en esto, en que no cuenten, que “no existan” públicamente esos ciudadanos a los que el liberalismo económico dominante en el mundo y en nuestro país ha arrojado a los márgenes. Hay suficientes y sofisticados instrumentos para mantenerlos allí, tranquilos


Luis de Velasco 09 -07-2007 Estrella Digital

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