Ya lo entiendo!!!, has leído que nos declaramos españoles, catalanes y constitucionalistas y has dicho, para qué seguir,.... son fachas.
Y tu me acusas de ser facha?, facha, amigo mío, eres Tú.
Dedicado a un anónimo que nos llamó fachas asegurando que lo comprobó al empezar a leer nuestro programa y qué con lo poco que leyó, ya tenía bastante para aplicar el calificativo.
Ser español no es ser nacionalista español, como ser francés tampoco es ser nacionalista francés, ahora, para ser catalán, según los ingenieros sociales que falsean la historia y fabrican un país imaginario, se ha de ser nacionalista.
Es evidente que C’s- Ciudadanos, no és nacionalista, ocupamos un espacio de centroizquierda abandonado por el PSC, pero por supuesto, que pertenecemos a la diversa nación española.
La diferencia entre un español, y un español nacionalista, es que el primero, el español a secas, no hace política nacionalista sólo para los suyos, sino política que sea beneficiosa para todos los ciudadanos del Estado-Nación, o para Estado Autonómico. El segundo, sólo hace política nacionalista exclusivamente para sus votantes, excluyendo al resto de ciudadanos. Esto és, en el espectro político catalán lo que hacen la mayoría de partidos catalanes en el govern envueltos en la manta nacionalista que los protege.
Nuestro programa, progresista, dentro del liberalismo igualitario y la socialdemocracia, fue copiado literalmente, letra por letra, por el PSOE canario, provocando la dimisión de su responsable.
A los pijos progresistas etiquetados de izquierda nacionalista catalana, no les motiva la igualdad de oportunidades, derechos y obligaciones de los ciudadanos del planeta, ni la
solidaridad entre trabajadores y su lucha común internacional, ni la libertad de elegir, sólo les importa los derechos de un pedazo de tierra en la que creen que algún día se reencarnará en ella el paraíso terrenal. Mientras, los ayatolas que les venden el paraíso viven como jeques y reyes.
La unión de ciudadanos en pos de una evolución social más justa e igualitaria en España, es imposible mientras estemos divididos desde las clases más humildes por identidades nacionalistas excluyentes del resto de ciudadanos españoles.
Sólo un demente o, un verdadero intolerante, puede llamarnos fachas por ser españoles, catalanes y constitucionalistas.
Jefe Rojo
Blog personal sobre una Izquierda Cívica/ Ser nacionalista no es ni progresista ni de izquierdas/ Zona libre/
domingo, 31 de octubre de 2010
miércoles, 2 de junio de 2010
Las tres mentiras de Barcelona
Barcelona ha acabado por asemejarse a muchos de sus restaurantes, que emplean más talento en bautizar los platos que en cocinarlos
Entre el arsenal de mitos, tres han abastecido a la ciudad hasta el empacho. Todos ellos convenientemente alentados desde las instituciones, como es normal (…): la Barcelona resistente, (…) la ciudad rebelde, [y] (…) el más importante, la identidad (…). Los tres mitos se sellan debidamente con una operación de fondo: la reescritura de la historia.
Entre el arsenal de mitos, tres han abastecido a la ciudad hasta el empacho. Todos ellos convenientemente alentados desde las instituciones, como es normal (…): la Barcelona resistente, (…) la ciudad rebelde, [y] (…) el más importante, la identidad (…). Los tres mitos se sellan debidamente con una operación de fondo: la reescritura de la historia.
La exposición Fent Barcelona costó 80.000 euros. Su promoción, 237.000. Un singular modo de hacer un pan con unas tortas que me recuerda un chiste del genial Perich: “Para poder construir la torre Eiffel fue preciso elevar antes un andamio metálico de mayor altura. Los elevados costes de dicho andamio arruinaron a los constructores y la torre no pudo elevarse nunca; ni siquiera se pudo derribar la estructura metálica. Pues bien, ese andamio es lo que en la actualidad se admira como si fuera la torre Eiffel.”
Barcelona ha acabado por asemejarse a muchos de sus restaurantes, que emplean más talento en bautizar los platos que en cocinarlos. En otro tiempo ese proceder era cosa del comercio ambulante, de chamarileros que sacan lustre a la parte visible del género a la espera de rematar rápido el negocio y salir corriendo antes de que el cliente tenga ocasión de tasarlo, el tente mientras cobro. Pero los tiempos cambian y, hoy, el tráfico de sueños se ha convertido en una industria con poses muy dignas, incluso dispone de su propio cuerpo doctrinal: la publicidad no nos informa de un producto, de para que sirve esto o aquello, sino de un modo de vida. Ahí es nada. El atrezzo convertido en el argumento de la obra.
Barcelona parece cada vez más un decorado de Barcelona. Si uno fuera un filósofo francés, se preguntaría si existe Barcelona. Entiéndase, no quiero entonar la enésima tarantela sobre la ciudad perdida, esa obscena cháchara que llevó a unos cuantos letraheridos, con pose de Baudelaire o de Gide, a defender la roña de la ciudad preolímpica. Una ciudad que, eso sí, sólo visitaban a horas convenidas, antes de retirarse, Balmes arriba, hacia otras calles en las que no faltaban la luz ni las condiciones higiénicas. Parecían lamentar que los que por allí vivíamos no congeláramos nuestra cochambre para que ellos pudieran mercadear de la peor manera con el sexo y los sueños de los vecinos más derrotados de la ciudad. Se habían inventado una Barcelona, canalla y maldita, y no querían que les estropearan el juguete. Fantasías de niños bien a cuenta de la miseria ajena.
Aquella ciudad está muerta y bien muerta, y el que quiera ver monos que se vaya al parque. Pero también por aquellos años olímpicos, empezó a manifestarse lo que ahora parece imponerse: el énfasis en la cosmética. Si no se podía acabar con el lado oscuro, mejor componer el gesto y adornarse. Y la ciudad se entregó al fantaseo. A mentirse. La operación no fue ajena a la extensión de un virus nacionalista que acabó por afectar a todos los tejidos de su vida social y que Félix de Azúa glosó en un memorable artículo en El País, Barcelona es el Titanic. Es sabido que ese virus, para desarrollarse, necesita de los mitos. Entre el arsenal de mitos, tres han abastecido a la ciudad hasta el empacho. Todos ellos convenientemente alentados desde las instituciones, como es normal.
El primero, la Barcelona resistente. La nuestra sería una ciudad republicana que sobrevivió al franquismo sin dejarse contaminar por él. Una verdad a medias, es decir, una falsedad. Por los diarios de Azaña sabemos que la lealtad de los barceloneses con la República no resultó conmovedora. Y, desde luego, entre las clases dominantes a Franco se lo recibió, por lo menos, con alivio. Sin ir más lejos, la familia Maragall recibió con algo parecido al entusiasmo “la liberación de Barcelona”, según nos enteramos el pasado verano. Nada que debiera sorprendernos. La reciente biografía de Martí de Riquer nos confirma lo que nos resistíamos a ver en las fotos de los días aciagos: muchos barceloneses salieron a la calle a recibir a las tropas de Franco. No todos estaban allí a punta de pistola. Sin duda, había miedo y fatiga y muchos habían emprendido el camino del exilio. Pero de lo que no cabe duda es que no hubo resistencia. Para la exacta historia del mundo, Madrid, con toda justicia, sería la ciudad de la resistencia antifascista.
El segundo mito, la ciudad rebelde. Con frecuencia, nuestra ciudad aparece como una suerte de reserva espiritual de mayo del 68. Basta con ver las manifestaciones pacifistas o antiglobalización. Seguramente, bien contadas, las cifras no son las que se dicen, pero nadie puede discutir que, en proporción a la población, deben estar entre las más concurridas del mundo. Eso seguro. Sin embargo, hay algo irreal en esas congregaciones, casi todas ellas por las causas más justas. Y es que parecen más ornamento que, si se permite la expresión, genuino instinto de rebelión. Una sospecha que se vio confirmada el verano, el maldito verano, del 2007, el del apagón y de la crisis de cercanías. Miles de ciudadanos vieron como de un día para otro su jornada laboral real aumentaba tres o cuatro otras. Y no pasó nada. Los trabajadores de la no hace tanto llamada ciudad roja se tragaron sin rechistar un retroceso de más de un siglo de conquistas laborales. Nadie levantó la voz. Y eso que, a diferencia de lo que sucedía con las otras manifestaciones, los responsables de sus males no andaban lejos y, desde luego, temían mucho más que Bush lo que los barceloneses pudiéramos hacer.
El tercer mito, el más importante, la identidad. Vaya por delante que la identidad es cosa de poco mérito. No hay nadie sin identidad y todos la tenemos sin esfuerzo. No se conquista, no se busca o alienta. La idea, por lo demás, no es clara. En todo caso, sea lo que sea la identidad, parece que tiene que ver con lo que perdura, con lo que se mantiene, con lo que no cambia o se diluye. Cuanto mayor la mezcla o la mudanza, menos estable es la identidad. Por eso, la identidad se muestra menos cambiante en aquellas ciudades en las que las gentes se van. Los estudios sobre apellidos, que nos dicen mucho de las filiaciones y las idas y venidas de las gentes, muestran que Lugo y Huesca son las ciudades españolas con una identidad más genuina. Previsible, de allí se van casi todos y no llega nadie. Esos mismos estudios nos muestran que Madrid y Barcelona son las ciudades que mejor sintetizan lo que podría ser una maqueta de España, un resumen decantado de sus gentes, algo igualmente previsible.
Claro que hay una diferencia, la lengua. Algo importante, pero sin exagerar. Y sobre todo, sin mentiras. Según la encuesta más reciente, un 31,9% de barceloneses del área metropolitana tiene el catalán como lengua materna y un 61,5% el castellano. Casi el doble. El castellano es la lengua mayoritaria y común de los barceloneses. Esa es nuestra realidad, más o menos bilingüe, y, por ende, nuestra identidad. Pero no es esa la que se invoca y la que se recrea desde las instituciones, la que se finge. Basta con echar una mirada a las páginas del Ayuntamiento, a su publicidad, a sus comunicaciones. O a nuestra televisión, a BTV, que informa sobre la ciudad en veinte lenguas, entre las que no incluye la de la mayoría de los barceloneses. Y de los emigrantes, por cierto, a esos mismos a los que apela para justificar ese Babel. A su identidad, claro. Sería bueno saber de quién exactamente. Otro modo de engañarnos.
Los tres mitos se sellan debidamente con una operación de fondo: la reescritura de la historia. Para muestra, la fuente de la que procede la información sobre Maragall, sus memorias, Pasqual Maragall: el hombre y el político, escrito por Esther Tusquets y Mercedes Vilanova. Procede, hay que precisar, no de la edición publicada, a la que faltan veinte páginas, sino de la integra, cuyos 20.000 ejemplares hubo que destruir por las presiones de la familia Maragall. Una familia como todas, o casi todas, pero con el suficiente poder intimidatorio para conseguir su objetivo. En el entretanto, en un entretanto que ya lleva varios años en circulación, desde el poder político, en la presidencia del anterior gobierno de la Generalitat y en la actual consejería, no ha habido día en el que no se les llenara la boca a los hermanos Maragall, y a los demás se nos vaciara el presupuesto, a cuenta de recuperar la memoria histórica. Hasta ahora mismo. Hace apenas dos días Pascual Maragall estaba en primera fila en el acto de apoyo al juez Garzón, en la Universidad de Barcelona, en el que, al grito de “no nos callarán”, se criticó a “quienes pretenden borrar la memoria del franquismo”. Asombrosamente allí nadie precisó exactamente quién era el sujeto culpable de tales males ¡Con lo fácil que tenían mencionar al menos algún nombre!
No resultará sencillo desandar ese camino. La fantasía crea adicción y resulta complicado apearse de la impostura. Mala cosa porque, con facilidad, se acaba en el esperpento. Y si hay algo que no debe perderse es el sentido del ridículo. Un primer paso en la terapia consistiría en mirarse al espejo sin hacernos trampas, sin afeites. A nosotros no nos quedará ni el consuelo del andamio.
Félix Ovejero Lucas
El primero, la Barcelona resistente. La nuestra sería una ciudad republicana que sobrevivió al franquismo sin dejarse contaminar por él. Una verdad a medias, es decir, una falsedad. Por los diarios de Azaña sabemos que la lealtad de los barceloneses con la República no resultó conmovedora. Y, desde luego, entre las clases dominantes a Franco se lo recibió, por lo menos, con alivio. Sin ir más lejos, la familia Maragall recibió con algo parecido al entusiasmo “la liberación de Barcelona”, según nos enteramos el pasado verano. Nada que debiera sorprendernos. La reciente biografía de Martí de Riquer nos confirma lo que nos resistíamos a ver en las fotos de los días aciagos: muchos barceloneses salieron a la calle a recibir a las tropas de Franco. No todos estaban allí a punta de pistola. Sin duda, había miedo y fatiga y muchos habían emprendido el camino del exilio. Pero de lo que no cabe duda es que no hubo resistencia. Para la exacta historia del mundo, Madrid, con toda justicia, sería la ciudad de la resistencia antifascista.
El segundo mito, la ciudad rebelde. Con frecuencia, nuestra ciudad aparece como una suerte de reserva espiritual de mayo del 68. Basta con ver las manifestaciones pacifistas o antiglobalización. Seguramente, bien contadas, las cifras no son las que se dicen, pero nadie puede discutir que, en proporción a la población, deben estar entre las más concurridas del mundo. Eso seguro. Sin embargo, hay algo irreal en esas congregaciones, casi todas ellas por las causas más justas. Y es que parecen más ornamento que, si se permite la expresión, genuino instinto de rebelión. Una sospecha que se vio confirmada el verano, el maldito verano, del 2007, el del apagón y de la crisis de cercanías. Miles de ciudadanos vieron como de un día para otro su jornada laboral real aumentaba tres o cuatro otras. Y no pasó nada. Los trabajadores de la no hace tanto llamada ciudad roja se tragaron sin rechistar un retroceso de más de un siglo de conquistas laborales. Nadie levantó la voz. Y eso que, a diferencia de lo que sucedía con las otras manifestaciones, los responsables de sus males no andaban lejos y, desde luego, temían mucho más que Bush lo que los barceloneses pudiéramos hacer.
El tercer mito, el más importante, la identidad. Vaya por delante que la identidad es cosa de poco mérito. No hay nadie sin identidad y todos la tenemos sin esfuerzo. No se conquista, no se busca o alienta. La idea, por lo demás, no es clara. En todo caso, sea lo que sea la identidad, parece que tiene que ver con lo que perdura, con lo que se mantiene, con lo que no cambia o se diluye. Cuanto mayor la mezcla o la mudanza, menos estable es la identidad. Por eso, la identidad se muestra menos cambiante en aquellas ciudades en las que las gentes se van. Los estudios sobre apellidos, que nos dicen mucho de las filiaciones y las idas y venidas de las gentes, muestran que Lugo y Huesca son las ciudades españolas con una identidad más genuina. Previsible, de allí se van casi todos y no llega nadie. Esos mismos estudios nos muestran que Madrid y Barcelona son las ciudades que mejor sintetizan lo que podría ser una maqueta de España, un resumen decantado de sus gentes, algo igualmente previsible.
Claro que hay una diferencia, la lengua. Algo importante, pero sin exagerar. Y sobre todo, sin mentiras. Según la encuesta más reciente, un 31,9% de barceloneses del área metropolitana tiene el catalán como lengua materna y un 61,5% el castellano. Casi el doble. El castellano es la lengua mayoritaria y común de los barceloneses. Esa es nuestra realidad, más o menos bilingüe, y, por ende, nuestra identidad. Pero no es esa la que se invoca y la que se recrea desde las instituciones, la que se finge. Basta con echar una mirada a las páginas del Ayuntamiento, a su publicidad, a sus comunicaciones. O a nuestra televisión, a BTV, que informa sobre la ciudad en veinte lenguas, entre las que no incluye la de la mayoría de los barceloneses. Y de los emigrantes, por cierto, a esos mismos a los que apela para justificar ese Babel. A su identidad, claro. Sería bueno saber de quién exactamente. Otro modo de engañarnos.
Los tres mitos se sellan debidamente con una operación de fondo: la reescritura de la historia. Para muestra, la fuente de la que procede la información sobre Maragall, sus memorias, Pasqual Maragall: el hombre y el político, escrito por Esther Tusquets y Mercedes Vilanova. Procede, hay que precisar, no de la edición publicada, a la que faltan veinte páginas, sino de la integra, cuyos 20.000 ejemplares hubo que destruir por las presiones de la familia Maragall. Una familia como todas, o casi todas, pero con el suficiente poder intimidatorio para conseguir su objetivo. En el entretanto, en un entretanto que ya lleva varios años en circulación, desde el poder político, en la presidencia del anterior gobierno de la Generalitat y en la actual consejería, no ha habido día en el que no se les llenara la boca a los hermanos Maragall, y a los demás se nos vaciara el presupuesto, a cuenta de recuperar la memoria histórica. Hasta ahora mismo. Hace apenas dos días Pascual Maragall estaba en primera fila en el acto de apoyo al juez Garzón, en la Universidad de Barcelona, en el que, al grito de “no nos callarán”, se criticó a “quienes pretenden borrar la memoria del franquismo”. Asombrosamente allí nadie precisó exactamente quién era el sujeto culpable de tales males ¡Con lo fácil que tenían mencionar al menos algún nombre!
No resultará sencillo desandar ese camino. La fantasía crea adicción y resulta complicado apearse de la impostura. Mala cosa porque, con facilidad, se acaba en el esperpento. Y si hay algo que no debe perderse es el sentido del ridículo. Un primer paso en la terapia consistiría en mirarse al espejo sin hacernos trampas, sin afeites. A nosotros no nos quedará ni el consuelo del andamio.
Félix Ovejero Lucas
lunes, 21 de diciembre de 2009
Félix de Azúa: 'Veloz progreso hacia el pasado'
Uno de los muchos vizcaínos huidos de la represión política vascongada y que vive en Cataluña desde hace 30 años me contaba la semana pasada lo siguiente. Tiene él un amigo, excelente profesional y persona bien situada, que adolece de un profundo sentimiento nacional y es separatista desde sus años universitarios. Ello no ha impedido en ningún momento que se lleve bien con el vasco, persona más bien escaldada en ese terreno y poco dada a la expansión patriótica. Sin embargo, según me dijo, el tono de las conversaciones ha ido variando a lo largo de este año que ahora termina. En su último encuentro, el educado ciudadano catalán le había dicho con gesto ufano que la independencia sería inevitable en un plazo de seis años y que tal era el cálculo de los partidos nacionalistas, no sólo los fanáticos y el de la derecha católica, sino también buena parte de los socialistas catalanes acomodados. Mi amigo tragó saliva y le preguntó si había planes, también, para ellos. “¿Para quiénes?”, preguntó el separatista. “Para los españoles que vivimos en Cataluña”. “¡Oh, por supuesto! Tendréis 20 años para elegir”. Mi amigo insistió, con una sonrisa, sobre qué era lo que tendría que elegir. Su colega dejó escapar una alegre carcajada, le dio unas palmaditas en el hombro y se fue hacia otra mesa.
Hay en Cataluña una masa significativa, quizás en este momento en torno al 20% de la población, que piensa muy seriamente como el caballero separatista y ocupa lugares estratégicos del sistema económico, mediático y político catalán. La cifra se ha multiplicado durante el Gobierno de Zapatero, precisamente por lo comprensivo que ha sido con las exigencias separatistas. Como saben bien quienes han conocido las peores etapas vascas, las concesiones sólo sirven para estimular las exigencias porque siempre se interpretan como debilidad. La consigna nacionalista dice que fue la intransigencia de Aznar lo que multiplicó a los separatistas, pero lo cierto es que ha sido Zapatero quien ha construido a Montilla y con Montilla llegaron los referéndums soberanistas. ¿Que no son vinculantes y que no llevan a ningún sitio? ¡Menuda simpleza! La política pública (otra cosa son los negocios subterráneos) es exclusivamente mediática y para los medios nacionalistas (que aquí son (casi) todos) Cataluña ya se ha volcado en la secesión.
Lo peligroso de la independencia no es el hecho en sí. ¿A quién le importa que de la noche a la mañana aparezcan en el mapa Macedonia, Croacia o Kosovo? Lo inquietante es el tipo de poder que se instala en esos reductos. Las “nacionalidades” de nueva creación son productos etiquetados con el sueño de una idealización, y el peso de su publicidad (en ausencia de guerra, las naciones se venden como mercancías) descansa sobre mitos o sobre sucesos que tuvieron lugar hace siglos. Como no puede ser de otro modo, los nacionalismos son muy conservadores, están anclados en el pasado y tienen una sólida base burguesa. Cada paso hacia la independencia trae consigo colosales negocios locales. Así es el nacionalismo franquista, el lepenismo francés, el de la Liga Norte o el de los xenófobos septentrionales. Nadie ha conocido jamás un nacionalismo obrero. Frente a esta evidencia, los separatistas suelen aducir el nacionalismo de las viejas colonias como Cuba o Argelia y sus derivados tipo Chávez. Me parece más prudente no pisar ese charco de sangre.
El neonacionalismo actual, como el catalán o el vasco, pertenece al conjunto de presiones derechistas que quieren acabar con los restos cívicos de la Transición. Es un regreso a la sociedad pre-democrática controlada por los poderes feudales regionales mediante la secular alianza del campesinado con la oligarquía. De ahí la importancia que tiene entre los separatistas la palabra “pueblo” y la escasa atención que dan al término de “ciudadano”. De ahí también la constante animización mágica del catastro, “Cataluña exige, Cataluña ha dicho, Cataluña ha decidido…”, o la obsesión con el folklore inventado por las élites regionalistas del romanticismo. Y no es de extrañar que el primer referéndum independentista del pasado domingo se celebrara en un pueblo de 120 habitantes. Su independencia es ontológica, o sea, no tiene remedio. Es el símbolo supremo de la nación añorada: agraria, montañesa, minúscula, la puede gestionar un párroco.
Ahora bien, la independencia real, lo que suele denotarse con el término “soberanía” que tanto usan los nacionalistas catalanes, significa asumir la plena capacidad legal para declarar el estado de excepción, según la clásica definición de Carl Schmitt. Son muy recomendables las reflexiones de Giorgio Agamben comentando a Walter Benjamin sobre este punto en el recién traducido El poder del pensamiento (Anagrama). Suspender la legalidad vigente de modo legítimo es lo propio del soberano, sea éste una persona o una institución. De hecho, los nacionalistas de Montilla ya están legalizando a toda prisa un Tribunal Constitucional catalán para cuando suspendan la Constitución española. No sabemos, de todos modos, si estos soberanistas están dispuestos a plantear el estado de excepción prescindiendo de un Ejército de respaldo y contando tan sólo con la presión mediática y económica. Se han dado escisiones pacíficas, como la de la nación llamada Eslovaquia, y es posible que un proceso semejante pueda aplicarse en el futuro a Chipre para separar a turcos de helenos, pero creo dudoso que sirva para España, aunque sólo sea porque en otras regiones hay un nacionalismo español tan radical como el catalán o el vasco y de similar ideología. Es cierto que está permanentemente controlado y apenas representa peligro alguno, pero dudo de que se quede sentado mirando la tele cuando se le arranque una cuarta parte de lo que él considera que es su nación.
En cambio, el caso vasco lleva camino de emprender otro derrotero mediático a partir de la expulsión del PNV de los resortes económicos del Gobierno autonómico, aunque no de todos. Allí, los socialistas han tomado una posición coherente con la tradición de la izquierda europea y, de momento, mucha gente respira aliviada por primera vez desde hace medio siglo. La peculiaridad del caso catalán es que el partido socialista (que escribe su logo con esta grafía: psC para subrayar que son más catalanes que socialistas) era el órgano que debía corregir la deriva conservadora, constituida en verdad como un movimiento nacional en consonancia con la herencia rural y oligárquica del nacionalismo catalán. Sin embargo, y contra toda la herencia ilustrada, progresista o revolucionaria del partido, los socialistas catalanes (en realidad, tan sólo su acomodada cúpula dirigente) han asumido en los últimos cinco años los mitos del nacionalismo conservador y rural, su lenguaje se ha vuelto casi exclusivamente sentimental y apenas se distingue del de sus socios separatistas.
Este giro derechista del socialismo catalán, no obstante, parece compartido por el Gobierno de Zapatero, cuya errática e improvisada política va deslizándose paulatinamente hacia posiciones de una irracionalidad incompatible con la experiencia del socialismo europeo. Un populismo, una obsesión por el espectáculo, una cerrazón sectaria, una frivolidad moral, que han otorgado fuerza inesperada a las oligarquías regionales sin obtener absolutamente nada a cambio. Este periodo de gobierno socialista se cerrará con tan sólo dos leyes que puedan considerarse más o menos progresistas: la que permite el aborto de las adolescentes sin permiso paterno y la que concede el matrimonio a las parejas homosexuales. Las pérdidas, como es evidente, tienen otro monto. El balance es desolador.
Quién nos iba a decir a quienes fuimos votantes del socialismo catalán que algún día sentiríamos envidia del País Vasco. Y quién nos había de decir que serían los socialistas catalanes quienes precipitarían en el descrédito al socialismo español.
Félix de Azúa .
martes, 3 de noviembre de 2009
El Pesebre Catalán y C's-Ciutadans
Después de una larga reflexión, no ideológica, sino de afinidad con la opción política a la que he estado apoyando desde antes de su fundación, sigo militando, como todo el mundo sabe, en Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía, a pesar del grave error de alianzas en las europeas.
Como todo el mundo sabe,la cosa Nostra catalanista ha convertido en su pesebre particular el territorio catalán, y a sus ciudadanos. Lugar donde roban el dinero público, expropian por dos duros, -St. Coloma- e imponen multas claramente recaudatorias -80Km/h - o de represión lingüística al 60% de ciudadanos catalanes hispanohablantes, y al que no acepta su visión de la realidad catalana, con la exclusión social. Los Capos: el Govern Catalá, reparte el pastel entre los amigos de la Familia, con estudios de informes surrealistas muy bien pagados o, a base de subvenciones desproporcionadas que usan para desviar el dinero a otros asuntos identitarios, -Omnium Cultural, Palau de la Musica- o para enriquecer a los que están en el ajo catalanista –Millet-. Y al mismo tiempo, con los ciudadanos y asociaciones privadas que no son de cuerda, a golpe de subvención, crean un clientismo político que les sirve para ganar elecciones y mantener su feudo.
Como todo el mundo sabe, el llamado PUC, el transversal partido unificado catalanista compuesto por PSC-IC-ERC-CiU, unen sus diferencias para el fin común y último de la construcción de un país inventado por sus capos mafiosos y sus esbirros seudointelectuales. En esta indigna unión, está, desde los que se llaman a sí mismo como progresistas y de izquierdas, hasta la derecha catalanista más ultracatólica y más rancia. Por lo tanto, la izquierda internacionalista del socialismo democrático donde la verdadera patria son los ciudadanos del mundo, no existe en el umbral político catalán. Los que seguimos creyendo en las bases democráticas y universales del socialismo, no tenemos representación en su pesebre, nos llaman españolistas a modo de insulto, como si catalanista, por regla de tres, no fuera en ese caso también un insulto.
Como todo el mundo sabe, desde el punto de vista de la izquierda internacinalista, no nacionalista o antinacionalista, -como más les guste- no cabe apoyar nacionalismos tribales y feudales sólo basados en el uso de una lengua y orquestados por la elite dominante de ese lugar. Estos ciudadanos progresistas que apoyan a estos indignos representantes de la socialdemocracia, ya sean de PSC o IC, pasan sin darse cuenta a estar más en vilo por el sentir privado de sentirse del terruño, de si llevar un burro o un toro en el coche, que a estar por lo que dicen que son y votan; favorecer la igualdad, la solidaridad, y la libertad personal de ser; la evolución social a un mejor reparto de beneficios y de perdidas, control del uso del dinero público por los políticos; reformar la ley electoral para que no decidan siempre los mismos, etc. Los ciudadanos catalanes que se dicen de izquierdas, y que votan a partidos que llevan esa etiqueta sólo por explotar la tradicional pero ya pasada confrontación entre la izquierda y la derecha, han dejado de ser de izquierdas para convertirse simplemente en nacionalistas identitarios y excluyentes, lo contrario de lo que proclama el sentir socialista.
Como todo el mundo sabe, El PP, partido también agarrado a la partitocracia que gobierna España y contrario, como el PSOE, !cómo no¡ no es de extrañar, a la reforma electoral, baila, según el son que tocan. Son capaces de aprobar competencias para Pujol sobre la normalización lingüística y de presentar inconstitucionalidades a la norma al mismo tiempo. El PP se catalaniza según le conviene para ver si los Capos le dejan más parte del pastel. El PP se dice no nacionalista, pero todo el mundo sabe que en él hay un componente de nacionalismo español muy fuerte.
Llegado a este punto, la alternativa está clara:
Que la única fuerza política que contempla el socialismo democrático no nacionalista es C’s.
Que la única fuerza política de opción no nacionalista es C’s.
Que el ideario de C’s, además de no nacionalista sigue siendo liberal y progresista, dentro del espacio ideológico del socialismo democrático.
Que C’s contempla un programa de acciones políticas a considerar en un supuesto gobierno, más igualitario, regenerador, y constitucionalista que el del PSOE-PSC.
A todo ello, hay que añadir que C’s cuenta con tres escaños en el Parlament desde las anteriores elecciones y, por lo tanto, su voz ya es conocida a pesar de los intentos de silenciar su labor negando el espacio audiovisual básico para dar a conocer su voz, y opinión, en los medios de comunicación públicos.
Que nuestra verdadera lucha y motivo de existencia está aquí, en Cataluña. Que por eso tenemos que mantener nuestra presencia en el parlament; aquí és donde sentimos la discriminación por ser constitucionalista, por hablar castellano o pensar diferente a ellos.
Por todo ello sigo apoyando la única opción posible en Cataluña: C’s. De centroizquierda, progresista liberal y no nacionalista.
Javier Casas
domingo, 19 de abril de 2009
sábado, 21 de marzo de 2009
El nacionalismo es de mal llevar con la discusión pública
Les dejo con una parte del artículo, El fardo de la transición de Felix Ovejero, donde hace un esclarecedor análisis de nuestra democracia y, de la sociedad civil y política española, desde la transición hasta hoy, en un artículo no demasiado expenso y fácil de leer. Se puede leer entero, pinchando aquí.
La parte que he elegido para el post, trata sobre la imposibilidad que tienen los nacionalismos para vivir en sociedades democráticas libres, y su carencia de argumentos razonados, basados, esencialmente, en sentimientos privados.
Félix Ovejero Lucas
El nacionalismo es de mal llevar con la discusión pública, con la deliberación política. Por dos razones por lo menos. Por el territorio que pisa, la apelación a la emoción como principio de justificación, y por el ámbito de justicia que invoca, porque el interés general le trae al pairo, porque sólo le importa lo suyo y no lo oculta. Dos circunstancias que hacen imposible la exposición pública de razones.
En la estrategia nacionalista la apelación a la emoción cancela la posibilidad de las réplicas. El proceder nacionalista busca acondicionar la plaza pública de tal modo que asegure la preservación de un sentimiento de identidad que los nacionalistas atribuyen a todos los que viven cerca de ellos. Los ecosistemas sociales deben recrearse para que ellos puedan dar curso a su sentimiento de identidad. Para que ellos puedan “vivir en su propia lengua” los demás deben contestarles en su lengua. En el parecer de los nacionalistas, sus vecinos están obligados, si no a sentir lo que los nacionalistas, a actuar de tal modo que se asegure la preservación del sentimiento de los nacionalistas, a cumplir un papel en la función escrita por y para los nacionalistas. Por ejemplo, a contestarles en su propio idioma. Una estrategia política como cualquier otra. El problema, desde el punto de vista de la deliberación democrática, es que cuando se discute esa política de imposición del sentimiento –que no el sentimiento –, se truena –que no se razona, porque no cabe razón alguna – “porque se está ofendiendo a los sentimientos”. Unos sentimientos que, se precisa –y aquí viene el golpe de astucia –, “como todos los sentimientos, son privados”. Esto es: se hace política, ingeniería pública, pero se echa mano de un territorio al que, según se dice, no cabe pedirle explicaciones: “lo íntimo”, el coto vedado de la privacidad. Ni más ni menos, como los curas, cuando tercian sobre la educación, el matrimonio y mil cosas. Eso sí, con menos hondura.
La otra razón de la falta de razones apunta, y mata, al corazón del ideal democrático. En su mejor versión, en la democracia, los ciudadanos o sus representantes criban las discrepancias y los conflictos de interés en discusión compartida, con criterios idealmente imparciales. Unos dirán que los recursos se deben destinar a los A porque los A los necesitan más que nadie y otros dirán que los B. Estarán en desacuerdo pero sin dejar de compartir un principio de comunidad política y de justicia: que los recursos han de ir a quien está más necesitado. Incluso los que tienen innobles motivaciones, cuando defienden una propuesta, en el debate político inexorablemente tienen que apelar a los principios de justicia, al interés común y, por ende, están expuestos a que les muestren que las cosas no son como cuentan, que, bien pensado, la justicia o el interés común recomiendan atender otras propuestas. Los que invocan al interés general están obligados a someterse al interés general, esto es, a descartar sus propuestas si no se acompasan con los principios que ellos mismos utilizaron. Es el camino que conduce de la democracia a las leyes justas, el de la deliberación.
jueves, 26 de febrero de 2009
En homenaje a las Brigadas
Hoy, a toro pasado, hemos comprobado y vemos claro que tanto el Marxismo-leninismo como el nacionalsocialismo, (Fascismo) nunca va a liberar al pueblo de los abusos de empresarios capitalistas, de políticos corruptos, y qué nunca van a defender la igualdad de derechos, ni la libertad individual de elegir.
Sólo ahora vemos que esa desviación del socialismo democrático, (socialdemocracia) surgido de la asamblea de la revolución francesa, que se radicalizó en los partidos comunistas debido a la opresión capitalista y, la represión fascista del pueblo, (entonces muy pobre y precario) ha dejado de ser considerada por la inmensa mayoría de ciudadanos, apta, para encauzar un sistema democrático que mantenga esos principios de libertad de acción, para ser y elegir, igualdad y, solidaridad.
Valga este poema de Alberti para homenajear a las Brigadas Internacionales, que en esos tiempos dónde el fascismo era latente en Europa, gentes humildes y corrientes de todas partes, acudieron en solidaridad con el pueblo español a morir por sus causas, como un español más. Gente civil, que estuvieran equivocados o no, en esa época, a la clase obrera y a cualquier demócrata, no le quedaba otra, que luchar contra el fascismo a muerte. Gracias por vuestra sangre derramada, qué os ha hecho españoles y hermanos nuestros para siempre.
Venís desde muy lejos... Mas esta lejanía
Sólo ahora vemos que esa desviación del socialismo democrático, (socialdemocracia) surgido de la asamblea de la revolución francesa, que se radicalizó en los partidos comunistas debido a la opresión capitalista y, la represión fascista del pueblo, (entonces muy pobre y precario) ha dejado de ser considerada por la inmensa mayoría de ciudadanos, apta, para encauzar un sistema democrático que mantenga esos principios de libertad de acción, para ser y elegir, igualdad y, solidaridad.
Valga este poema de Alberti para homenajear a las Brigadas Internacionales, que en esos tiempos dónde el fascismo era latente en Europa, gentes humildes y corrientes de todas partes, acudieron en solidaridad con el pueblo español a morir por sus causas, como un español más. Gente civil, que estuvieran equivocados o no, en esa época, a la clase obrera y a cualquier demócrata, no le quedaba otra, que luchar contra el fascismo a muerte. Gracias por vuestra sangre derramada, qué os ha hecho españoles y hermanos nuestros para siempre.
Venís desde muy lejos... Mas esta lejanía
¿qué es para vuestra sangre que canta sin fronteras?
La necesaria muerte os nombra cada día
no importa en que ciudades, campos o carreteras.
De este país, del otro, del grande, del pequeño,
del que apenas el mapa da un color desvaído,
con las mismas raíces que tiene un mismo sueño,
sencillamente anónimos y hablando habéis venido.
No conocéis siquiera ni el color de los muros
que vuestro infranqueable compromiso amuralla.
La tierra que os entierra la defendéis, seguros,a tiros
con la muerte vestida de batalla.
Quedad, así lo quieren los árboles, los llanos,
las mínimas partidas de luz que reanima
un solo sentimiento que el mar sacude: ¡Hermanos!
Madrid con vuestro nombre se agranda y se ilumina.
Rafael Alberti
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