martes, 29 de abril de 2008

La izquierda, hoy. La izquierda sinecdótica y su instinto de capitulación

Hay un tercer adversario que, en mi opinión, supone hoy una mayor amenaza que la derecha liberal y las ideologías identitarias para el proyecto de la izquierda cívica. Y es tanto más peligroso cuanto más cercano parece. Me refiero a lo que podríamos denominar “izquierda sinecdótica”. Puede extrañar la observación. Pero dicen que no hay peor enemigo que el falso amigo, el false friend que dicen en inglés (y tiene correspondencias en otras lenguas) para referirse a las palabras que suenan igual pero no significan ni lo mismo, ni parecido. Y los planteamientos que designamos como izquierda sinecdótica son casos paradigmáticos de false friends, en términos políticos claro, porque se envuelven en la palabra “izquierda” como otros en la bandera, pero aplican y fomentan unas políticas que son abiertamente contrarias no ya al concepto de ciudadanía, que también, sino a los principios de igualdad y de libertad que han fundamentado históricamente la tradición de la izquierda democrática. En ese sentido, el peligro de esta supuesta izquierda para el modelo de ciudadanía que se ha planteado puede ser el mismo que el de los más acérrimos detractores, pero a este peligro hay que sumar, además, la pretensión de hacer pasar su vocación antiigualitaria y antiliberal como legítima heredera de la tradición de la izquierda democrática.

Desgraciadamente, hablar de “izquierda sinecdótica” es hablar de posiciones y situaciones bien actuales y bien conocidas en las élites dirigentes de los partidos que se dicen de izquierdas en Cataluña y en toda España. Podemos volvernos a fijar en el Partit dels Socialistes, y a su hermano mayor, que están orgullosísimos de haber hecho lo imposible por aprobar un texto, el nuevo Estatuto de Autonomía catalán, en el que los “derechos históricos del pueblo catalán” se emplean para legitimar parcialmente unos derechos y deberes propios para los catalanes. Eso será lo que sea, pero está muy lejos de los principios de ciudadanía, de igualdad y de libertad que se supone que un partido de izquierdas tendría que hacer suyos, que están en la base de la tradición de la que se dicen herederos. Ahí está la sinécdoque, en creer que la izquierda se acaba en una etiqueta vacía que pueden manipular a su antojo.

Con ser grave el seguidismo nacionalista de la izquierda oficial en España, la tendencia sinecdótica, o, lo que es lo mismo, la confusión entre la parte y el todo, es un rasgo que se manifiesta en diversos ámbitos y que no es privativo de los partidos de la izquierda oficial catalana, ni siquiera española, sino que responde a motivos más estructurales.

El ideario de la izquierda es un ideario de emancipación y, como tal, es un ideario que implica una vocación transformadora ambiciosa. Las sucesivas propuestas políticas de la izquierda tienen que conciliar los principios ideológicos con la realidad social, política y económica de cada circunstancia, pero no pueden renunciar ni perder de vista la ambición liberadora, que sólo puede concretarse, visto lo lejos que estamos de una sociedad de personas igualmente libres, en una clara vocación transformadora. Pero las izquierdas institucionales parecen haber renunciado a transformar la realidad. Por impotencia, por desidia o por apoltronamiento, los partidos que representan la continuidad histórica, orgánica, de la tradición de izquierdas, apuestan cada vez más por un perfil aséptico y de muy bajo nivel en la gestión pública, en los que el pragmatismo, la supervivencia orgánica y la insignificancia ideológica han desplazado el compromiso político fuerte con los ciudadanos y con los ideales que dicen representar.

Se ha renunciado, decía, a transformar la realidad y a avanzar efectivamente hacia una sociedad de personas igualmente libres. En vez de actuar sobre la realidad, sobre las causas reales de las desigualdades, que es delicado, complejo y suele requerir de esfuerzos sostenidos, hay sectores de esta izquierda oficial que prefieren invertir sus energías en actuar contra aproximaciones más asequibles de la realidad. Se interviene así en la lengua, construyendo o moldeando un lenguaje políticamente correcto que llega en ocasiones a extremos realmente ridículos (todos recordamos el “nosotros y nosotras” del señor Anguita), pero también se intenta condicionar en la publicidad o en los medios de comunicación, de manera que éstos se hagan eco de patrones sociales idílicos, según la concepción de turno. Lo grave no es que estas intervenciones se incorporen a una lucha contra la desigualdad y la exclusión social que puede ser multidimensional; sino que en ocasiones vienen a sustituirla. Como si el idioma, los medios de comunicación y la publicidad fueran las causas, y no las consecuencias, de desequilibrios graves en la sociedad que requieren menos ingeniería lingüística, o audiovisual, y más compromiso político. Como si fuera nuestra percepción la que condiciona la realidad, y no al revés. Pura sinécdoque y puro fuego de artificio, que si no resuelve los problemas, los desequilibrios y las desigualdades, los maquilla, los endulza, y los esconde bajo una superficie de corrección política.

Juan Antonio Cordero Fuertes

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