sábado, 12 de abril de 2008

La Izquierda, hoy. Globalización y Ciudadanía

Juan Antonio Cordero Fuertes

Hemos presentado, a grandes rasgos, lo que entendemos que son los elementos nucleares de la izquierda. La aspiración y el compromiso con una sociedad de personas igualmente libres, por un lado. La igualdad, entendida ésta como condición para la emancipación. Y la libertad para ser, entendida como la capacidad para desarrollar autónomamente las capacidades y las aspiraciones propias, sin que las condiciones sociales, económicas o de otro tipo sean obstáculo para ello. Esos son los valores que dan sentido y continuidad, en nuestra opinión, al ideario de izquierdas a lo largo de la Historia.

A partir de esta caracterización, cabe preguntarse cómo se concreta ese ideario en las circunstancias actuales. En unas sociedades, las occidentales, modernas, posindustriales, que han ganado complejidad y dinamismo en las últimas décadas, en las que la estructura productiva, social, política, económica y motivacional se ha visto afectada por graves cambios a los que, por cierto, no han sido ajenas las fuerzas de la izquierda. Unas sociedades que han afrontado, con mayor o menor fortuna, con cierto éxito, unas fracturas sociales pero que se enfrentan en la actualidad a otras nuevas para las que no hay recetas.

Cuando los problemas cambian de forma, también tienen que hacerlo las respuestas, las propuestas y las alternativas. Sólo adaptando los programas a los retos del momento puede mantenerse vivo el ideario de la izquierda. Quiero remarcar una vez más que es la permanencia del ideario lo que da sentido y continuidad a la izquierda, y no la fosilización de recetarios concretos que son, o pretenden ser con más o menos acierto, la síntesis entre el ideario y unas situaciones políticas, sociales y económicas condenadas a cambiar y a arrastrar, con ellas, las propuestas concretas.

En esa síntesis entre ideario y retos, cualquier actualización, cualquier reformulación del proyecto socialista o de la izquierda pasa hoy, antes o después, por la globalización. La globalización es el elemento determinante y crucial en las transformaciones que están viviendo las sociedades, occidentales o no, y el entramado de relaciones que las vinculan entre sí y con el resto de agentes políticos, económicos y sociales. Podemos definirla como una amalgama de procesos y fenómenos que operan en diferentes ámbitos y en múltiples direcciones, no siempre coincidentes y en ocasiones contrapuestas, cuyos efectos, tanto positivos como negativos, se están dejando sentir y se dejarán sentir aún más en la vida diaria de los ciudadanos. Su importancia la convierte en imprescindible a la hora de renovar y adaptar un proyecto político de emancipación y progreso de la izquierda.

Los riesgos de la globalización, también las oportunidades que brinda, son perceptibles en muchos fenómenos de actualidad hoy en día, en España y a nivel europeo. No pretendemos hacer una exposición exhaustiva, que además de desbordar el ámbito de esta conferencia, se limitaría a seguir en lo esencial las reflexiones de los estudiosos de este tema, pero sí que pueden mencionarse algunos riesgos suficientemente ilustrativos y muy cercanos, además, al núcleo del mensaje político, de las preocupaciones de Ciutadans. Podemos hablar, por ejemplo, de la consolidación de instancias globales de poder económico que operan al margen, cuando no abiertamente en contra, de las estructuras políticas susceptibles de control democrático. O de la debilidad creciente de los Estados y su incapacidad para afrontar en solitario los problemas de la ciudadania a la que se deben. Las tensiones en los sistemas de protección europeos y el fenómeno de las deslocalizaciones son buenas muestras de ello. Podemos mencionar la devaluación de la democracia en un contexto en el que las decisiones y el poder real tiende a transferirse a instancias técnicas, burocráticas o de alcance supranacional. O la creciente brecha entre clase política y ciudadanía, en la que influye tanto la convicción de la irrelevancia de lo que se vota, porque las decisiones se toman “más arriba”, como la incapacidad del sistema de partidos verticales para reflejar adecuadamente la realidad de una sociedad cada vez más compleja y poliédrica. Podría señalarse, incluso, a la globalización como uno de los elementos que pueden explicar la reacción o el repliegue identitario, el auge de nacionalismos y fundamentalismos y la vuelta a la fe, la patria o la etnia como últimos refugios en los que protegerse de un vendaval que amenaza con cegar los cauces de participación política y desmantelar las estructuras de protección social.

Quizá lo más relevante para el tema de hoy son las amenazas que la globalización y sus procesos derivados suponen para el Estado. No tanto por la amenaza contra el Estado en sí, sino porque el Estado constituye hoy el espacio y la estructura en la que se produce la participación política de los ciudadanos, por un lado; y es el garante de los derechos y las libertades individuales, por otro. La erosión al Estado, que se produce “por arriba” (en forma de transferencias explícitas o implícitas de poder hacia instancias globales) y “por abajo” (crecimiento de las tendencias identitarias que cuestionan la autoridad estatal) supone o contribuye también a un debilitamento de la democracia y a una mayor indefensión, en general, del ciudadano frente a los poderes económicos y mediáticos globales. En el caso de España, la erosión “desde abajo”, es decir, la incidencia identitaria, es más fuerte que en otros lugares porque la debilidad del Estado y sus dificultades para entroncar con un proyecto cívico y nacional bien definido alientan y momentan dinámicas centrífugas en este sentido.

En el fondo, estamos hablando del ideal de ciudadanía. De alcance, de fortaleza, de calidad, de profundización en la ciudadanía. No es un concepto original, pero es un concepto cuyo despliegue completo cristaliza las aspiraciones socialistas en las circunstancias y en las sociedades de hoy. Porque es el concepto de ciudadanía, en último término, lo que se ve o se puede ver cuestionado por unos procesos de globalización que devalúan la democracia y potencian la tentación identitaria, ya sea ésta de signo nacionalista, religioso, lingüístico o de cualquier otro tipo. Pero si el concepto de ciudadanía puede verse amenazado por algunos de las dinámicas globalizadoras, también es el concepto de ciudadanía, o un determinado concepto de ciudadanía, el que puede recoger en toda su amplitud, y en el contexto actual, los valores y los principios (igualdad para la libertad) del ideario de la izquierda.

Frente a las amenazas que pueden plantear la globalización y los procesos que de ella se derivan sobre los derechos, las libertades y el bienestar de los individuos, la reinvidicación de un determinado modelo de ciudadanía constituye una respuesta sólida y coherente desde la perspectiva de la izquierda. La ciudadanía engloba, bajo esa perspectiva, los instrumentos que permiten a un individuo dotarse de la autonomía suficiente para desarrollar su proyecto personal, esto es, autodeterminarse conforme a sus aspiraciones y sus capacidades. Ello incluye unos derechos civiles que protegen a los ciudadanos frente a la posible arbitrariedad de los poderes públicos, unos derechos políticos que garantizan la capacidad individual de intervenir en el rumbo del espacio público en el que está inserto y unos derechos sociales que definen los elementos de nivelación, redistribución y justicia social necesarios y públicamente provistos para combatir la desigualdad en las oportunidades y los riesgos de exclusión social. Y engloba también, en el reconocimiento mutuo de la condición de ciudadanos, la base que hace posibles esos derechos: la conciencia de que cada uno se encuentra entre sus pares, de que la capacidad de desarrollar el proyecto personal requiere de los demás, y de que la capacidad de los demás para realizar su proyecto personal requiere, también, de uno mismo. En otras palabras, que la libertad de cada uno es condición para la libertad de todos.

En ese sentido, este modelo de ciudadanía supone un compromiso por la igualdad, por esa igualdad imprescindible para una libertad digna de tal nombre y no meramente formal, que incide en los dos flancos que más pueden verse afectados por las dinámicas desigualitarias alimentadas por la globalización. Por un lado, sitúa en su justo término los conceptos de democracia y servicios públicos. Éstas no son atribuciones intrínsecas del Estado, sino derechos del ciudadano. En otras palabras, la mayor debilidad del Estado, consecuencia de su incapacidad estructural para afrontar en solitario realidades y retos globales, no puede suponer una pérdida de calidad de la democracia ni de la protección social, en todo caso deberán replantearse a nivel global. El Estado está muy lejos de convertirse en un actor irrelevante en el nuevo escenario global, como algunos predicen, pero sí está claro que está dejando de ser el único actor, como había sido históricamente. En este nuevo contexto, la apuesta de la izquierda tiene que pasar la globalización de la ciudadanía, no en el atrincheramiento en un Estado que conserva buena parte de su centralidad, pero que ya no es el único medio desde el que transformar la realidad.

Por otro lado, el concepto de ciudadanía permite afrontar también la tensión identitaria, es decir, la erosión “por abajo” que afronta el Estado y, por tanto, la comunidad cívica y política en que se fundamenta. El hecho de reconocer unos derechos, unas libertades y unas garantías por el mero hecho de ser ciudadano, supone un antídoto contra el intento de convertir la lengua que hablas, la etnia que tienes, la fe que profesas, en un criterio de diferenciación cívica y adscripción política. En ese sentido, la ciudadanía acoge y protege la diversidad de identitades privadas de los ciudadanos, pero evita que estos parámetros (etnia, fe, lengua, costumbres) delimiten comunidades identitarias en el seno de la sociedad cuya cristalización pueda engendrar desigualdad o condicionar la autonomía de los individuos. Seremos blancos, negros o amarillos, católicos, ateos o judíos, castellanohablantes, catalanohablantes o bilingües, hombres o mujeres, rubios o morenos. Pero en la plaza pública, en la comunidad cívica, somos o queremos ser simplemente ciudadanos, es decir, personas igualmente libres en una sociedad y ante un Estado que nos reconoce como tales.

No hay comentarios: