lunes, 7 de julio de 2008

'La orquesta seguía tocando'





















Todos los indicadores económicos que se van conociendo son cada vez peores, tanto los reales como los opináticos. Producción desacelerada, inflación acelerada, déficit exterior y desempleo crecientes, lo mismo que el euribor (contrariamente a lo que se dijo hace muy poco), mientras caen las expectativas, que ya se trasladan a los comportamientos de consumidores e inversores. El pesimismo es creciente. Las previsiones de hace escasos meses han sido superadas por la realidad de la crisis, como lo han sido unos presupuestos estatales que sirven para muy poco. Está bien que el Gobierno, al menos hasta un cierto momento, no quiera insuflar pesimismo al país. Pero lo que aquí está ocurriendo es que parece que no sabían de lo que hablaban cuando aseguraban un aterrizaje suave de la economía española. Hoy, curiosamente, el ministro de Industria, Sebastián, afirma que es mejor una brusca caída porque luego será más rápida la recuperación. Suena a aquello de Lenin de “cuanto peor, mejor”. En fin, cosas veredes.

El presidente del Gobierno acaba de definir la posición de su Gabinete ante esta muy difícil situación. Lo ha hecho en su reciente discurso, no en sede parlamentaria como hubiese sido obligado, sino en la del Consejo Económico y Social, en presencia de los empresarios más importantes del país. El año pasado lo hizo en la Bolsa, es un cambio. Si uno se toma la molestia de releer lo que entonces dijo, verá cómo el optimismo era total y fue hace sólo un año. Es cierto que no había ocurrido los dos “shocks externos”, el alza del petróleo y de los alimentos y la crisis de las hipotecas basura. Pero estaba claro que el “modelo” de crecimiento autóctono, el del ladrillo, estaba dando claras señales de agotamiento, mostrando así que esta crisis es originariamente, y sobre todo, nuestra y que los factores externos han ayudado, que no originado, su desarrollo.

En su discurso, dice el presidente que “el campo de acción del Gobierno” no es ilimitado, y se refiere al precio del petróleo y a la racionalidad económica. Todo ello es cierto. Pero además es limitado porque la mayor parte de los instrumentos de política económica, monetaria, de tipo de cambio y fiscal están en Europa, y una gran parte de las políticas estructurales (urbanismo, vivienda, educación, infraestructuras, etc.) están transferidas o compartidas con las Autonomías, con lo que, en muchas ocasiones, la unidad de mercado y del espacio económico están rotas, consecuencia de la juerga autonómica. Así, cuando habla el presidente de suprimir barreras administrativas a la actividad empresarial, uno no puede dejar de sonreír.

El Gobierno, que en este frente económico está mostrando una alarmante incapacidad de liderazgo, decisión y persuasión social, enfrenta en esa situación retos muy complejos. Se trata de capear de la manara más equitativa y racional posible una seria crisis en el corto plazo y, al mismo tiempo, ir cambiando un agotado modelo de crecimiento. Dice el presidente, y dice bien, que la economía española cuenta hoy con una serie de activos mejores que en la anterior crisis de comienzo de los noventa. Pero también cuenta con notables pasivos. Entre ellos podemos nombrar dos, a los que él se refiere con datos erróneos. Uno, la capacidad de competir en el comercio internacional de bienes, donde en los últimos años la participación español no ha subido sino que ha bajado, lo que indica pérdida de competitividad. Dos, la productividad está estancada y sigue siendo muy baja. Todo ello indica que nuestra inserción en la división internacional del trabajo, con una especialización en bienes de escasa demanda, es problemática como lo demuestran, por otra parte, las cifras de inversión directa extranjera en nuestro país, estancadas en su tendencia general.

Ahora parece reconocerse que las medidas, sobre todo las fiscales, adoptadas hasta ahora sirven para muy poco, después que han pasado meses desde el comienzo de la llamada “no crisis”. Tampoco hay mucho en este discurso salvo expresiones de buena voluntad, como la necesidad de diálogo social o una especie de hoja de ruta, expresión de moda, para la formación profesional. En expresión usual en la política norteamericana: Where is the beef?, algo así como “¿Dónde esta la chicha?”. Difícil encontrar la respuesta.

Mientras el Titanic se hundía, la orquesta seguía tocando. Mientras la economía española está en clara crisis y con peligro de la peor mezcla, la de estancamiento con inflación, la orquesta gubernamental sigue tocando el violón.

30/06/2008 Estrella Digital
Luis de Velasco

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