lunes, 22 de octubre de 2007

Instruir y adoctrinar


Ante el comienzo del curso escolar, arrecia la polémica sobre la implantación de la nueva asignatura de educación para la ciudadanía. Ya argumentamos en un artículo (La Vanguardia,7/ V/ 2007) que la introducción de esta asignatura nos parecía conveniente siempre que no sirviera para adoctrinar. Por otro lado, es jurídicamente inadmisible la objeción de conciencia que recomienda algún sector de la patronal de colegios privados y en eso la posición del ministerio es la única correcta: la ley debe cumplirse sin excepción alguna.

Ahora bien, en los últimos días la prensa refleja signos inquietantes que incitan a pensar que la asignatura en cuestión no va a cumplir con sus objetivos. Por un lado, desde el mismo ministerio se admite que la asignatura se puede enseñar desde el punto de vista de los valores cristianos. Mala señal que una asignatura sea susceptible de ser enseñada desde unos valores determinados y no a partir de criterios objetivos. Por otro lado, diversos periódicos, entre ellos La Vanguardia del pasado lunes, han dedicado sus páginas a recoger fragmentos de algunos manuales preparados expresamente para estudiar dicha asignatura. La lectura de estas crónicas refuerza esta sensación de subjetividad que fácilmente puede derivar en adoctrinamiento. Por tanto, tengo muchas dudas sobre si los legítimos objetivos que se pretendían llegarán a conseguirse y empiezo a pensar que la asignatura será contraproducente, mero adoctrinamiento y un constante foco de conflictos.

¿Cuáles son, a mi modo de ver, estos objetivos legítimos? Por su título, por el decreto que desarrollaba sus contenidos y por la misma intención del legislador expresada en los debates parlamentarios de la nueva ley de Educación, la intención era que los alumnos de secundaria terminaran sus estudios habiendo aprendido algunas nociones básicas sobre los fundamentos y consecuencias de su condición de ciudadanos, esto es, de los derechos y deberes que tal condición les exigía. Algo, en definitiva, conveniente y razonable.

La noción de ciudadano puede abordarse desde muchos puntos de vista: desde la filosofía, política, historia, cultura, entre otros. Ahora bien, el vacío que tal asignatura viene a cubrir debe ser eminentemente jurídico: los derechos y deberes a que nos referimos no son éticos sino jurídicos, es decir, los contemplados en las leyes vigentes. No se trata de explicar cómo debe comportarse un buen ciudadano - cuestión eminentemente moral y, por tanto, discutible-, sino cuáles son sus derechos y deberes, es decir, cuáles son los límites que las leyes imponen a su libertad personal precisamente para convertirlos en ciudadanos, en personas libres que deben respetar la libertad de los demás en virtud del principio de igualdad.

En síntesis, lo que se debe explicar son, simplemente, las ideas jurídicas de libertad e igualdad de las personas según nuestra democracia constitucional, lo cual dicho de esta manera parece muy sencillo y elemental pero que, dadas sus implicaciones, resulta bastante más complejo de lo que aparenta. Desde la perspectiva jurídica, ello es perfectamente objetivo; desde la ética o la política, se convierte en un pozo de subjetivismo que, efectivamente, sólo puede desembocar en adoctrinamiento.

En un tipo de enseñanza cuyo fin sea suministrar una educación para que las personas sean libres, autónomas y responsables, con criterio propio a la hora de tomar sus propias decisiones en la vida, las distintas asignaturas deben, antes que nada, instruir sobre las materias de las que tratan. Instruir significa, o bien enseñar algo sobre lo que no caben dudas razonables (como, dos más dos suman cuatro, Aristóteles era un filósofo griego, la Segunda Guerra Mundial acabó en 1945); o bien, en aquellas cuestiones que pueden suscitar dudas, instruir significa explicar las razones de las mismas y las posiciones más relevantes que intentan resolverlas. En ambos casos se instruye, incluso en el supuesto de que el libro o el profesor, en las cuestiones dudosas, tras explicar las distintas posiciones, muestre MESEGUER su posición de forma argumentada. Instruir - dar los instrumentos necesarios para que piense en libertad- es la misión fundamental de todo profesor.

El mal profesor, en cambio, se dedica a una cosa bien distinta, se dedica a manipular, es decir, a inculcar en los alumnos ideas controvertidas ofreciéndolas como indubitables, de tal manera que el alumno, en su ignorancia, piense que la opinión del profesor es la única verdad aceptable. Manipular no es educar para formar una persona libre, autónoma y responsable, sino que es adoctrinar, es decir, intentar que el alumno quede sujeto a dogmas en cuestiones que, en sí mismas, son discutibles.

La manipulación es el gran peligro de la nueva asignatura de educación para la ciudadanía. Aunque quizás deberíamos desdramatizar este asunto. La influencia de un libro o de un profesor puede ser grande pero nunca, ni mucho menos, resulta ser absoluta. Afortunadamente. En una sociedad abierta, las posibilidades de aprender son muchas y la influencia de una asignatura no deja de ser relativa. Quizás lo más grave que sucedería en el caso de que esta asignatura sólo sirviera para adoctrinar y manipular las conciencias es que no se habría conseguido el objetivo: no se estaría formando ciudadanos sino súbditos, es decir, se estaría formando lo contrario de lo que se pretendía.


06 septiembre 2007, La Vanguardia, Francesc de Carreras

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