sábado, 24 de mayo de 2008

La Izquierda, hoy. Algunos Desafíos

Hemos planteado los principios del ideario de la izquierda democrática, hemos esbozado algunas líneas para la necesaria actualización de su proyecto político, concebido como síntesis entre el ideario y las circunstancias concretas del momento histórico. Un momento histórico hoy dominado por el fenómeno de la globalización, cuyos efectos condicionan fuertemente el proyecto político desde la izquierda y lo obligan, entendemos, a articularse en torno al concepto y a un determinado modelo de ciudadanía. La ciudadanía como cristalización de la aspiración socialista hacia una sociedad de personas igualmente libres, tal es el núcleo de la izquierda cívica que hemos presentado muy esquemáticamente. Tras esa caracterización, que es sobre todo una toma de posición en el espectro político, hemos identificado las demás opciones políticas en función de su relación con la ciudadanía, y hemos señalado el peligro y los riesgos de la “izquierda sinecdótica”, la izquierda oficial que se considera a sí misma única izquierda posible. Sinecdótica, porque toma la parte por el todo al basar su supuesto izquierdismo en su adhesión vacía a una etiqueta, la de “izquierda”, sin ser coherente con las implicaciones políticas e ideológicas de la denominación. Y sinecdótica, porque habiendo renunciado a los ideales propios del socialismo democrático, la igualdad para la libertad, cree que puede suplir su impotencia para transformar la realidad, su insignificancia ideológica, dirigiendo su atención a las capas superficiales, más accesibles, de esa realidad, como si la realidad se redujera (sinécdoque) tan sólo a su superficie lingüística, mediática o publicitaria.

En realidad, ni faltan problemas o retos para afrontar desde una perspectiva socialista, ni resulta imposible afrontarlos con realismo y ambición transformadora. Por ello, quiero concluir la conferencia mencionando, sin afán exhaustivo por supuesto, algunos de los desafíos que hay hoy planteados, que las sociedades occidentales tienen ante sí y que la izquierda, hoy, la izquierda cívica, debe y puede afrontar a partir del modelo de ciudadanos igualmente libres que la orienta.
Decíamos antes que la situación actual en las sociedades desarrolladas no se explica sin la globalización. Y es, efectivamente, la globalización, o mejor dicho, los fenómenos que se han desplegado en su seno, los que han producido, están produciendo, los mayores cambios sociales, políticos y económicos de las últimas décadas. Unos cambios que abren oportunidades muy destacables, pero que también suponen incertidumbres, riesgos, amenazas y tensiones que no pueden pasarse por alto. Sólo a título de ejemplo, mencionaremos la erosión de la democracia, las nuevas desigualdades y los riesgos para la cohesión social.

La degradación de la calidad democrática es una de ellas. Confluyen en este efecto varias causas. La primera la incapacidad de las instituciones políticas, de los partidos políticos más concretamente, para representar de manera satisfactoria los intereses, las preocupaciones y las aspiraciones de una ciudadanía progresivamente más compleja, en la que las identidades no son ya únicas, sino que empiezan a ser múltiples y solapadas (se es simultáneamente, o se puede ser trabajador, profesional, usuario, empresario...), y por tanto imposibles de reflejar en un modelo, el de los partidos verticales, que “parte” el electorado en compartimentos estancos, disciplinados y pretendidamente monolíticos. Una estructura más adecuada para una colisión entre bloques que para la discusión, el debate y la crítica de una ciudadanía que quiere intervenir en la gestión de sus recursos comunes.

Quiere intervenir, pero cada vez puede menos. Y esta es la segunda cuestión, más estrechamente ligada, quizá, a la globalización. Las instancias locales, autonómicas, nacionales, tienen cada vez menos incidencia en la vida de los ciudadanos. La fragmentación del poder político democrático que vivimos, por ejemplo, en España, contrasta con la globalización del poder económico, mediático y productivo y debilita la fuerza de los ciudadanos, cuya capacidad de intervención se mide únicamente en fortaleza de la democracia. La democracia, es decir, la posibilidad de control y decisión ciudadana en la gestión pública, corre el riesgo de convertirse en irrelevante si el poder político es incapaz de globalizarse a la misma velocidad que el económico, o si la transferencia de poder político a instancias supraestatales (a la Unión Europea) no viene seguido de una democratización de esas instancias, que hoy permanecen ajenas o muy poco permeables al control de la ciudadanía.

La cohesión social es una condición imprescindible para avanzar hacia una sociedad libre. Y son muchos los riesgos que ciernen sobre esta cohesión. La multiplicidad de identidades, la creciente heterogeneidad de las sociedades es una de ellas, que ya se ha abordado y que exige, como hemos visto, una noción de ciudadanía igualitaria, inclusiva y superadora de las fronteras y las adscripciones identitarias. Históricamente, los socialistas han puesto el acento en las desigualdades de carácter económico. También en las de carácter cultural, pero ligando estas últimas a las primeras. Y eso tenía sentido en sociedades fuertemente polarizadas, en las que las diferencias de renta constituían el obstáculo más poderoso contra la igualdad, y por tanto, contra la libertad de los ciudadanos para participar plenamente en la toma de decisiones públicas y desarrollar autónomamente sus aspiraciones y sus capacidades. En esos contextos, la izquierda ha contribuido decisivamente al diseño de redes de protección social y servicios públicos que han reducido de manera significativa la brecha económica en las sociedades occidentales. Ni la han eliminado completamente, ni todos los efectos han sido positivos en un sentido igualitario y emancipador, ni el sistema, el Estado del Bienestar, está protegido contra tensiones y desequilibrios que lo amenazan y que deberán, también, examinarse y reformularse.

No obstante, no quería centrarme ahora en esa cuestión. La mención viene al caso porque, junto con los riesgos de exclusión económica, más o menos afrontados por nuestros sistemas de bienestar, empieza a emerger un riesgo de exclusión que me parece más determinante, y que podríamos denominar exclusión mediática, o informativa, o formativa. Hoy la exclusión, en las sociedades occidentales, no viene ya tan marcada por tener poco, como por carecer de herramientas para interactuar con el entorno, con la información que se recibe, para comprender el mundo y para poder forjarse una conciencia crítica y una existencia autónoma. Asistimos a una explosión en los niveles de exposición mediática de la ciudadanía y a una consolidación de poderosos agentes mediáticos que son, naturalmente, globales. Prensa, radio, televisión, más televisión, internet... los ciudadanos tenemos hoy acceso a un volumen de información impensable hace unos pocos años. Un gran volumen de información que no se corresponde ni con una gran calidad, ni con una gran ecuanimidad en la información. Ser libre hoy significa, también, ser capaz de construir un pensamiento crítico que no se vea condicionado ni manipulado por avalanchas de información dirigida. Para la izquierda, esto plantea dos retos. El primero es la racionalización de un universo mediático que resulta cada vez más poderoso, que cada vez tiene más influencia en la sociedad, y en el que la garantía de desconcentración, pluralidad, diversidad y ecuanimidad de agentes es una necesidad cada vez más inaplazable para asegurar una información libre y no sesgada. El segundo, y quizá más central, es la centralidad de la educación en el proyecto socialista. Una educación que priorice una completa formación científica y técnica del estudiante, del futuro ciudadano, como profesional capaz de desenvolverse por sí mismo en un mercado laboral en el que la capacidad de influencia del Estado empieza a ser fuertemente cuestionada. Pero una educación, también, que enfatice la formación humanística y que ponga el acento en la formación de ciudadanos críticos, capaces de comprender el mundo en el que viven y de tomar parte protagonista en él. Si este esfuerzo no se hace, o si se fracasa en el empeño, las sociedades occidentales se verán fracturadas por una brecha que no será ya tanto el nivel adquisitivo, ni siquiera el acceso a la información y el conocimiento, sino la capacidad para convertir ese acceso global a la información en un aliado personal o en una alienación. En ese debate se juega, también, la calidad de la ciudadanía en las sociedades del futuro.

Juan Antonio Cordero Fuertes

2 comentarios:

alfredo dijo...

El escrito plantea puntos interesantes. De cualquier forma, mi opinión personal, es que la izquierda socialdemocrata, como la comunista , apenas plantea cosas innovadoras. Está intelectualmente, muy agotada. Pienso que lo que necesitamos retomar es una izquierda libertaria. Una izquierda de bases. Pero no en el sentido extremista, de barricadas y revolución social. Sino una nueva visión de la política. Una política de abajo a arriba, unos partidos controlados por sus militantes, donde ellos decidan el rumbo. Una política encminada a que los individuos sean dueños de sus vidas, en la medida de lo posible, que nunca será mucho, eso es evidente. Una izquierda no estatista ni burocrática, que busque formas de igualdad que vayan más allá de un Estado redistribuidor(algo difícil). Y que impulse el autoempleo, las cooperativas, las empresas autogestionarias, sin estatismo ni patronos. Sólo algo tal, podría ser llamado izquierda. Los socialistas de Estado no tienen casi nada nuevo que ofrecer. La histora ha constatado su fracaso. total, caso de la izquierda comunista. Parcial, caso de una socialdemocracia carente de ideas, que sólo habla de alianza de civilizaciones, de republicanismo cívico, cuando no dejan de ser ideas de consumo para la galería, sin la menor profundidad. Una izquierda libertaria, reformista, pragmática, internacionalista, puede aportar mucho.
¡Surgirá alguna vez?, ¿Logrará expandirse frente al "socialismo" piramidal?.
Esa es la izquierda en la que creo y apoyaré si surge.
Un saludo

Jefe Rojo dijo...

Hola Alfredo, gracias por tu participación. Incluyo la contestación a tu análisis del propio J. Antonio, compañero nuestro, creador del escrito y, de la conferencia La izquierda, hoy:


Estoy de acuerdo con el fondo del planteamiento, aunque discrepo en algunos matices. Coincido con Alfredo en el sentido emancipador y humanista que da sentido a la izquierda, así como en la necesidad de volver sobre los principios y los valores cuando la práctica política queda obsoleta. Pero disiento en la valoración de fracaso del proyecto socialdemócrata (o socialista democrático). Más que fracaso, yo hablaría de agotamiento de un programa político (que no de un ideario, el socialista o socialdemócrata) que tenía sentido para un contexto y unas circunstancias que están variando a gran velocidad, sin que la renovación programática evolucione a la misma velocidad. Estamos, por tanto, en una crisis generada por el desajuste entre unos retos del siglo XXI, para entendernos, y unas respuestas que siguen ancladas en el siglo XX o en el vacío de los lemas sin contenido (caso de la Alianza de Civilizaciones que se menciona).

Yo distinguiría entre el fracaso de un modelo, el comunismo de coste soviético; y el agotamiento de un programa, el del socialismo democrático, cuyo propio desarrollo ha contribuido a crear las condiciones que lo han dejado obsoleto (el programa, repito, no el ideario). Creo que el programa socialista o socialdemócrata (en el plano democrático e institucional, en la concepción y el despliegue del Estado redistributivo, en la regulación económica y laboral, etc.) ha permitido hasta el momento avanzar hacia la emancipación, pero debe renovarse para afrontar nuevos retos.

Entre esos retos, coincido en que los principales se concretan en la profundización de la democracia, lo que implica la reforma de los partidos políticos (no sé si para abrirlos a sus militantes o a sus votantes, es decir, a la sociedad); y la lucha contra las situaciones de sumisión (no exclusivamente en el ámbito laboral, a través del autoempleo y demás, sino a través de una formación orientada a la autonomía en todos los órdenes). Sin embargo, no creo que estos retos puedan abordarse al margen ni contra el Estado; de hecho me parece que la Historia ilustra no sólo el fracaso no sólo de la degeneración hiperestatista y burocrática de la URSS, sino también la inestabilidad y posterior naufragio de las experiencias autogestionarias y libertarias iniciadas, básicamente, al amparo de procesos revolucionarios (como la guerra civil española, la revolución alemana o la propia revolución rusa, en sus inicios). Quizá es el socialismo democrático, basado en un Estado subordinado a la ciudadanía (y no al revés), el proyecto que mejor ha sobrevivido a la Historia. Y es en ese sentido en que creo que este socialismo (no confundir con los políticos parapetados en los partidos "socialistas") sí puede articular esa izquierda libertaria (liberal, en el sentido de comprometida con la libertad efectiva del individuo), emancipatoria, reformista, radicalmente democrática y cívica, que piense más en términos de ciudadanos que de naciones (aunque sea para ser internacionalista).

Saludos,

Juan Antonio Cordero